viernes, noviembre 16, 2007

SOBRE LA TECNOLOGÍA.


¿Qué puedo decirte a cerca de ella,
nuestro principal medio de sub-sistencia?

Los pueblo originarios tenían una gran, compleja y sofisticada ideología y una muy simple tecnología. Nosotros, al revés, tenemos una gran y compleja tecnología y una muy pobre ideología. Francisco Mena

El creciente predominio de la técnica ha alterado fundamentalmente la estructura y la función de la ciencia. Se ha dicho que uno de los rasgos de la civilización ha sido el “activismo”. Su raíces son hondas; se ha notado que en gran parte provienen del cristianismo y que contribuyen a diferenciar al hombre occidental en todas las épocas, del "hombre de Oriente". Aun así, no debe omitirse el componente “teórico”. Todavía en el siglo XVII predominaba en la ciencia el aspecto de la intelección. La actividad, la práctica, no quedaban suprimidas: Galileo aprendió mucho deambulando entre poleas; Francis Bacon insistió en la construcción de artefactos; todos los sabios europeos de la época consagraron mucho tiempo a la experimentación, a la fabricación de nuevos instrumentos. Pero comparado con nuestra época, el siglo citado da la impresión de ser eminentemente "teórico".
Para hacerse cargo de cuán acusada es la diferencia, compárese la idea actual del saber con la que alcanzó la culminación durante el siglo XII. “La luz primera que ilumina las figuras artificiales, que son como exteriores al hombre y que han sido inventadas para suplir la indigencia del cuerpo, se llama la luz del arte mecánico, y esta luz, de naturaleza servil y subordinada al conocimiento filosófico, ha de ser propiamente llamada externa”. Así escribía San Buenaventura en su De reductione artium theologiam. Cierto que la noción no se ha perdido enteramente. Alguna gente piensa todavía que sería hermoso seguir la divisa medieval: primero, Teología; luego Filosofía (agregándole la Ciencia); finalmente, técnica. Además, la pura ciencia se manifiesta aún con vigor. Pero en minorías; no es el aspecto que ofrece al hombre común, como en la Edad Media el saber aparecía ante él bajo especie teológica. No entendía quizá de qué se trataba, pero lo estimaba primario. En este sentido podemos decir que ha habido un salto. No sólo del predominio de la contemplación al de la acción, sino, además, del de la acción interna al de la externa. Pues ésta no es concebida ya como manifestación de aquélla; la acción no es propiamente actividad, sino movimiento o “comportamiento”. Así, para hablar en términos de Bergson, la mecánica ha predominado en la época actual sobre la mística. En vez de la combinación de la luz superior con la interior, hay la combinación de la luz inferior con la exterior, la del conocimiento sensitivo con la técnica. (No estamos valorando, sino describiendo). Así, la técnica presenta hoy dos problemas. Se deben a dos cambios. Primero, la técnica ha cambiado en su cantidad. Segundo, ha cambiado en su función.
¿Es una ventaja? ¿Es un daño? De nuevo, centenares de voces se han aprestado a discutir el asunto. Decimos "de nuevo"; ya que antes de que comenzara la Revolución Industrial abundaron los debates en pro y contra la técnica. El maquinismo se convirtió en una gran cuestión. Al casi inalterable predominio del optimismo y de la confianza en los beneficios de la ciencia aplicada durante el siglo XVII y buena parte del XVIII, sucedió el espíritu del pesimismo y de la revuelta. Esto envolvió multitud de problemas: “¿Hay que reglamentar interiormente la producción?”. “¿Hay que abandonarla a su antojo?”. “¿Hay que prestar sobre todo atención a la agricultura?”. “¿Hay que impulsar el libre comercio entre las colonias?”. Cuestiones que pronto afectaron a notable cantidad de hombres y a fragmentos muy voluminosos de cada vida humana. En el siglo XIX, especialmente, las luchas en torno a los problemas planteados por el maquinismo fueron encarnizadas. Toda clase de soluciones se propusieron: fomentarlo, suprimirlo, regularlo. Pronto se advirtió que el problema de la máquina implicaba el de la sociedad: desde los economistas “humanistas”, como Le Play, hasta los economistas revolucionarios (bien a la vez “clásicos”), como Marx, todos comprendieron que los términos “maquinismo” y “sociedad” eran inseparables. En suma, para resolver el problema del maquinismo no bastaba confiarlo a sus propios términos; la misma estructura de la sociedad tenía que cambiar de algún modo, suave o revolucionariamente. El problema de la técnica quedó desde entonces estrechamente vinculado con la cuestión que luego trataremos bajo el nombre de “organización”.
En su libro sobre “el fracaso de la tecnología”, Juenger indica que no importa que una sociedad tenga forma capitalista o estructura socialista. Ambas pueden convertirse en comunidades “tecnocráticas”; ambas, por tanto, son impotentes por sí mismas para conjurar “los males de la técnica”. Pues la raíz última del mal, se dice, no es sólo social, sino íntegramente humana. Es el rebote causado por una “perfección sin propósito”, que acaba con una completa cosificación de nuestra existencia.
Las lavadoras automáticas nos impiden lavar junto al río y gozar de la sombra de los álamos. Pero no todo en el lavado a la orilla del río consiste en disfrutar de la deliciosa umbría. El teléfono invade el hogar. Pero muchos se dejan invadir gozosamente. La radio y la televisión nos perturban. A nadie se le obliga (todavía) a mantener siempre el interruptor abierto. Los anuncios, las consignas, las fórmulas repetidas hasta la saciedad nos aturden, mecanizan, hastían. Pero muchos contemporáneos las adoran. Sí, la proliferación de las técnicas puede ser una posibilidad de que el hombre no sólo viva entre las cosas, sino también de ellas. Pero debe de haber alguna íntima tendencia humana a la cosificación para que el fenómeno se generalice tan fulminantemente. Por lo tanto, es el hombre mismo lo que hay que vigilar.
Es sabido que sin la técnica la mitad, por lo menos, de nuestra sociedad quedaría paralizada (si no aniquilada).
José Ferrater Mora

¿Qué vas a hacer cuando ello suceda el 2012?

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